Bajo el compás silencioso
de una mirada plateada y serena,
una danza nocturnal y sin murmullo en la arena
sepulta al son de las horas la redondez del día
que en el final de su agonía
libera el vuelo quietador de la decrepitud,
bailarina arrolladora de toda juventud.
Por eso, cada día no somos más que cópulas de ayeres
acompasadas en lejanía efímera de amaneceres
donde se desploma la mortalidad
DECAIMIENTO CIRCULAR
quedamente observaré lo inenarrable que anida en ella
y en las otras almas.
Creo que en mí es una ola en la mar.
Creo que su onda estimula mi cuerpo, lo abanica y lo hace agitar.
Creo que hay amaneceres en que languidece como cada año,
pero en mí algo se remoza y refulge la alegría,
incluso en la prelusión de los nuevos días.
Luego silenciosamente otra vez sucumbo en lo inimaginable
y mi alma y su propia alma volvemos a lo inenarrable.
Cuando sentimos que el ocaso nos arropa
con su manto sepulcral e ineluctable,
comenzamos a partir antes de morir.
Lo justo se vuelve injusto.
Ya nada es sereno en lo inefable,
más bien abismal con cascadas de veneno:
fase injusta de la vida que refleja una ironía,
oprime la esperanza y perturba la armonía.
Y si la hora del deceso salta antes de la hora
se trunca el número de auroras y con ellas,
la existencia, el sufrir,y la voz doliente
que musita lentamente:
¡ Dios mio ! ¡ Auxilia este morir!
¡ Dejame exitir! ¡ No por mí!
¡ Sino por quienes tengo que vivir!
LUDOMANÍA
que identifica la pobreza
es redundar en la dimensión
que aviva la quimera de una ilusión.
La más común: comprar la lotería,
alternativa sublimadora de esperanzas
rotativas o saltarinas
que al llegar a la quietud agónica
fumiga el monólogo de un soñador no dimitente
en esa búsqueda quimérica
que nace cada día cuando compra la lotería.