Una de esas tarde abúlicas en el municipio de Soledad fue la causante de que yo fuera al bar Dolce Vita. Al llegar a ese lugar de dos en conducta fui recibido por doña Gloria, propietaria del bar.Como siempre me dirigí hacia la caja registradora, pero esta vez me cautivaron tres preciosidades. Una estaba vestida de naturaleza reverdeciente, otra semejaba el alma de la aurora, pero la que más me impactó fue la que se cubría con un ropaje rojo. Le insinué a doña Gloria:-Quiero la vestida de rojo.-Tome la que le apetezca. -me respondió.Gracias por complacerme. - le dije.Inmediatamente la llevé a una de las habitaciones del bar. Allí, ella aprovechando su suave cuerpo trató de escaparse al tomarla entre mis manos.-¿Para dónde vas?- le grité.La sentí fría como tumbas en noche de inviernos. De su figura brotaba un delicioso perfume que despertó en mí un deseo incontrolable.-A partir de ahora me deleitaré con tu cuerpo. Nada puedes hacer-le susurré arrastrando mi nariz sobre su piel.Más que acariciarla con mis labios, mis dientes mordieron su cuerpo y pude sentir en mi boca una carne dulce. Sin recapacitar la coloque sobre la mesa cubierta con un manto inmaculado. Quería acariciar la armonía de sus curvas y toda esa belleza que llegaba a mis ojos. De pronto un lamento profundo brotó de su cuerpo y vibró en mi mente.-Por qué me lastimas? ¡ Tus dientes han mordido mi naturaleza!- gritó desaforadamente. El sonido tronó tan alto que volví en mí y deje atrás el letargo de mi sueño. Miré hacia la mesa y observé la manzana roja que había mordido. Rápidamente tragué la porción que varias horas tuve en mi boca, pero desde ese día me aterra llegar a escuchar los ayes de las cosas que son heridas por el ser humano.Cuando salí del cuarto, y me dispuse a dejar el bar, doña Gloria me entregó en una bolsa la manzana verde y amarilla que horas antes estaban al lado de la manzana roja.

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