LOS MILAGROS EXISTEN.
Si uno supiera lo que la vida depara cada día, con anticipación
llegaría a decidir el camino más favorable. Esto lo digo por mí, que conocí de
cerca el frio de la muerte. Todo fue inesperado en esa tarde donde las hojas
secas, alrededor de la construcción, bailoteaban armónicamente en suaves
torbellinos. Eran las 2:30 p.m. y debajo de ese ambiente laboral, por falta de
señalización de seguridad, estuve horrorizada por la situación que se esfumaba
de mi control. Arriba, a varios metros de altura, dos hombres albañiles
gritaron:
-- ¡Cuidado niña la bolsa de cemento!
Miré hacia arriba y con voz
entrecortada esbocé aprisa:
- ¡Ay, me va a matar!
A lo lejos, alcancé a ver el miedo que los cautivó. Uno de ellos dejó
ver mucha desesperación en el andamio. La bolsa de cemento, de las varias que
estaban utilizando, caía y yo, en esos momentos, ya no distinguía con claridad
por lo aturdida que estaba y la arena que había caído en mis ojos.
Esa tarde experimenté una rigidez en mi cuerpo que dejaba escapar el
desespero por no poder salir del espacio físico debajo del andamio. Cuando la
bolsa de cemento descendía para propinarme el golpe mortal, cerré los ojos y me
encomendé a Dios. La bolsa de cemento golpeó mi cuerpo y no me pasó nada.
Seguía con vida gracias al milagro concebido por Dios. Fue la mejor alternativa
para evitar mi muerte.
¿Saben por qué no me pasó nada? Porque gracias a Dios la bolsa estaba
vacía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario